Trás unos días de árido desierto... marchamos, aún con la incertidumbre por nuestros amigos Caro y Turri, hacia la costa chilena, donde nos encontraríamos con una cara familiar, el primo de Mara, Antoñito.
Iquique, es uno de los principales balnearios (playas para nosotros) de Chile pues como imagináis conforme se desciende hacia el sur el agua se convierte en cubitos de hielo y hasta en glaciares, je, je, je... Aún así el agua se sentía bien fresquita, para algunas personas que yo conozco insufrible, ja, ja,...
La principal razón de nuestra llegada a esta ciudad fue la del reencuentro con Antonio; hacía meses que valorábamos la posibilidad de vernos pero en la lejanía temporal y espacial parecía algo casi imposible. Él tenía planeado el viaje para visitar a Esther la amiga madrileña de la que os hablamos anteriormente y que actualmente convive con Chris, su pareja, de suiza.
Los instantes anteriores y el momento del encuentro fueron muy emocionantes, ayyy... mi primillo!! Quién nos iba a decir a los dos que algún día nos veríamos en Chile y disfrutando de la playita y el sol, un gustazo!! y más teniendo en cuenta que llevamos meses sin ver caritas conocidas y hace ilusión la verdad!! Verle me cargó de energía y ánimo, y es que eres tan lindo y cariñoso Antonio, aprovecho y te mando saludos y muchos besos guapetón!!
Pasamos unos días de toalla, sombrilla y buena compañía, Esther y Chris nos acogieron y nos hicieron sentir como amigos de hace mucho tiempo y con ellos disfrutamos durante nuestra estancia allí. Además, recibimos la estupendísima noticia de que nuestra avanzadilla guevona, je, je,... estaba en perfecto estado!! qué asado chileno nos vamos a comer en Concepción para celebrarlo con ellos y a su salud!!
Nuestra idea era viajar de nuevo hacia San Pedro de Atacama para acompañar a Esther y a Antonio pero por diversas circunstancias no pudo ser, así que nos quedamos tres días más aprovechando nuestros últimos coletazos playeros por mucho tiempo.
El último día, cuando ya teníamos nuestras mochilas preparadas en la recepción del hostal, pues nuestro bus salía a la noche, recibimos el mayor susto de nuestras vidas hasta el momento, se nos venía encima una ola gigante o tsunami, provocado por tres temblores ocurridos más al sur. La alerta provocó en nosotros momentos de dudas, miedo y nerviosismo pues teníamos que iniciar la carrera hacia los cerros a la espalda de la ciudad, sólo con lo imprescindible.
Fueron momentos de alta tensión y preocupación, te sientes desconcertado, impotente, vulnerable y te ves tan pequeñito... frente a la fuerza de la naturaleza.
En nuestra carrera coincidimos con el resto de personas que huían en la misma dirección, grupos de colegiales, trabajadores, madres con bebitos,... qué panorama!! aunque aún quedaba el rezagado, el que no se había enterado o al que le daba lo mismo 8 que 80.
Al instante de comenzar a caminar, nuestra mayor preocupación, aparte de la de ponernos a refugio, era la de comunicarnos con Esther que ya había regresado del viaje. Pensábamos que quizá viviendo a pocos metros del mar, en un piso 16, no habría sentido la alarma popular, al carecer Iquique de sistema de alerta auditivo. Por más que intentamos comunicarnos con ella por diversos medios no había manera, la red telefónica estaba bloqueada.
Comprobamos que aún rodeados de gente, te puedes llegar a sentir muy sólo. Pero llegados a un punto, encontramos compañía y buen consejo de la mano de unas familias que nos alertaron del posible peligro de subir al cerro por desprendimiento de tierras en caso de temblor, su experiencia así lo decía pues años atrás murió gente de esta forma.
Así que allí nos quedamos, compartiendo las transmisiones de radio con las últimas noticias y no dejando de mirar impacientes al mar. Lo bueno de todo, ya que siempre hay algo bueno es que coincidimos con una señora con muy buen sentido del humor, algo admirable en esas circunstancias, que nos hizo mucho más sencilla la tensa espera, imagináos la escena de ella diciendo que se había olvidado el traje de baño y que su marido pasaba del tsunami y se había quedado en casa friendo pescado para almorzar, de chiste!!
Pasadas varias horas la alerta remitió y poco a poco la gente fue desapareciendo de las calles, por fin podemos contarlo pues lo mejor de todito todo es que no sucedió nada de nada.
Nos respetó la pachamama!!!
Al fin pudimos reunirnos con Esther en su casa y contemplar con ella la extraña tranquilidad del mar, después de dos días de marejada, y a la noche, antes de viajar nos dimos un festín de pescadito con ella y Chris en un restaurante español.
¡¡Qué viva la Mancha sin tsunamis!!!
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