... y dejamos Bolivia... y entramos en Chile... por el norte, directos a San Pedro de Atacama, pequeña población pintoresca, muy explotada ya por el turismo, pero que aún guarda el encanto de sus casitas de adobe y sus calles de tierra, además de la cariñosa acogida de sus moradores; rodeada del desierto de Atacama, el más árido del mundo (a nosotros nos llovió, cosa rara, rara) y de unos paisajes solanos, desoladores, abruptos,... fascinantes... con formas que tan sólo la madre naturaleza puede modelar y como guinda del postre, una visión panorámica del imponente Licancábur, un volcán con su cima de 5916 m. nevadita.
De nuevo otro país, otros rostros, otros paisajes, costumbres, moneda,... y, según la opinión del Ruli, otras cervezas por degustar, je, je,...
Lo cierto es que Atacama es carísimo, quizá de los lugares más caros de Chile, y nuestra primera impresión, después de la baratísima Bolivia, fue un tanto depresiva en ese sentido. Después te vas reponiendo del susto de las grandísimas cantidades que te piden por todo, y no sólo por lo caro sino porque el cambio de 1 euro equivale a 714 pesos chilenos, así que las cifras eran desorvitadas, ¡imagináos!
Desde allí se puede acceder a diversas excursiones por la zona, lo que ocurre es que toda el monopolio lo tienen las agencias que ofrecen tours, y ya estamos en las mismas... no nos gusta ese tipo de turismo tan organizado pero a no ser que tengas más tiempo o buenos consejeros por allá, es difícil salirse de lo establecido. Así que, aunque nos quedamos con las ganas de disfrutar de mucho más, hicimos sólo un par de incursiones.
La primera consistió en visitar El Valle de la Muerte, nos contaba nuestro guía que su nombre proviene no sólo del obvio hecho de que ahí no hay ser viviente que pueda subsistir sino también, de que ahí fue donde ocurrió una gran matanza de indígenas por parte de los conquistadores españoles, para no variar...
De ahí fuímos hasta otro lugar para admirar una interminable vista del desierto y descender por una gran duna, la sensación caminando descalza era de agradable calidez; y la caminata continuaba por la Quebrada de Cari ¡oh mi cari...!, el antiquísimo curso de un río erosionado por el viento. Si te detenías en silencio podías escuchar los lamentos de las rocas, que crujían sin cesar.
Finalizamos el recorrido en el atardecer que teñía de diversos colores las montañas y dunas de El Valle de la Luna, espectacular.
De pronto una mañana, como ya sabéis, despertamos con la sobrecogedora noticia de que había habido un terremoto en Santiago y la zona de Concepción, de donde son nuestros amigos Caro y Turri, que recién habían regresado de su viaje y que justo se estaban mudando al centro para comenzar su convivencia hogareña. El susto no fue pequeño pues por más que queríamos comunicarnos con ellos, no había manera de conectar y la información de los noticiarios era cada vez más grave.
Ese día nos quedamos en blanco, con miedo pensando qué les habría ocurrido y no fuímos capaces de hacer nada, incluso en la noche no pudimos tener un sueño reparador.
Al día siguiente Raúl seguía sin querer hacer nada pero para mí el estar así era más doloroso pues pensar mucho sin poder hacer nada era peor, así que me decidí y me animé para distraerme a hacer un tour a La Laguna de Céjar, que es como el Mar Muerto y en la que por más que quieras no dejas de flotar por la densidad del agua que tiene una fuerte concentración de sal. De hecho al salir te quedas blanquita y con la piel hipertirante y dentro no puedes sumergir los ojos pues escuecen harto. La sensación de flotabilidad es estupenda, no hay quien se ahogue en esa laguna, es imposible.
Luego me llevaron a los Ojos del Salar, dos lagunitas de agua dulce en las que disfruté de nuevo en el agua, como a mí me gusta. Y, finalmente, acabamos viendo atardecer con un pisco sour en una lagunita con un pequeño y resplandeciente salar, después de Uyuni una miniatura, ja, ja,...
En definitiva... días agridulces...